sábado, 27 de septiembre de 2008

Conquista


¡Cuánto daño nos ha hecho la conquista! Por su causa sufre México males de todo orden y desorden que en el atraso lo mantienen. No hablo de la conquista hecha por los españoles, no. Ésa, aunque lo nieguen los anacrónicos y cursis danzarines que cada 12 de octubre se congregan en la estatua de Colón en la Ciudad de México, esa conquista, digo, trajo -con los inevitables males que toda conquista trae consigo- la luz de la cultura y la civilización occidentales. Por esa luz hablamos como hablamos; por esa luz pensamos como pensamos; por esa luz, en fin, somos lo que somos. De esa conquista no hablo, pues. Hablo de un concepto de conquista que nos ha dañado mucho y nos sigue dañando todavía: la llamada "conquista sindical". Hay conquistas gremiales justas y legítimas, que protegen al trabajador de los excesos a que puede llegar el capitalismo sin sentido humano. Pero otras conquistas sindicales hay en México que son fruto de la connivencia de líderes inmorales con un régimen político que por su naturaleza requería la sumisión agradecida de grandes masas -así: masas- de trabajadores. Si un observador extranjero revisa los privilegios de que gozan los miembros de algunos sindicatos mexicanos, sus prestaciones, aguinaldos, vacaciones, bonos, pensiones y jubilaciones, y todos los gajes, prebendas, exenciones, sinecuras, lucros y prebendas que se contienen en sus contratos colectivos de trabajo, se maravillará de que el país pueda todavía mantenerse en pie. Entre esos absurdos e inmorales privilegios está el que reclaman algunos ganapanes de la educación -no ensuciemos el nombre de "maestros" al referirnos a ellos- que pretenden derechos de propiedad sobre sus plazas, y exigen que se les siga permitiendo venderlas, cambiarlas por favores sexuales o heredarlas a sus descendientes hasta la séptima u octava generación. Ésos no sólo son malos profesores: son también malos mexicanos. El acuerdo por el cual las plazas magisteriales serán atribuidas mediante exámenes a los aspirantes es una medida que tiende a la superación del maestro, y a mejorar la calidad de las escuelas. Oponerse a ese acuerdo es querer seguir en la mediocridad, en la corrupción, en las inmorales complacencias que tienen postrada a la educación en México. Da vergüenza tener "profesores" así, y causan grima las manifestaciones que hacen para defender sus mezquinas pretensiones. La patria los condena; desde sus tumbas los miran con reproche los grandes maestros de la niñez y de la juventud; las sombras de los próceres nacionales se congregan para lanzarles anatemas, y yo, más modestamente, pero con igual indignación, les envío esta sonora trompetilla: ¡Ptrrrrrrrrrr!...
Armando Fuentes Aguirre

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