jueves, 31 de diciembre de 2009

Rosario

ROSARIO

Desde que abrió la puerta, Javier percibió algo extraño. Faltaba el sonido de la televisión, las luces de la sala, la risa de sus hijos.

  • ¿Dónde están todos?- gritó anunciando su llegada.

Diana apareció por la puerta de la cocina. – Ven, tenemos un problema.

El tono y la mirada de su esposa alarmaron a Javier; la siguió hasta el cuarto de servicio, donde el Doctor Vélez, su vecino, examinaba a la sirvienta.

  • ¿Qué pasó?
  • Nada. Que tu queridísima Chayo intentó abortar. Usó este gancho; que te lo explique el Doctor.
  • Hay que llevarla al hospital d inmediato, pues ha perdido mucha sangre. No puedo hacer nada más aquí- se adelantó su vecino.

Sólo entonces reparó Javier en los trapos manchados de sangre al pie de la cama. Apenas se atrevió a mirar a Rosario, de quien sólo se percibían sus cabellos desaliñados, vuelta como estaba hacia el otro lado.

  • Si deseas te ayudo a meterla al auto, a menos que prefieras llamar a una ambulancia- le dijo el doctor mientras guardaba sus instrumentos.
  • No, al coche. ¿Crees que la atenderán bien en el Seguro Social?
  • No te lo puedo asegurar, pero te sugiero llevarla mejor a un hospital privado. Ahora llamo si quieres a un colega al Español, que te queda más cerca.

Entretanto, Diana se descargaba – No sabes que día he pasado. Llegamos a las seis con mi mamá y los niños, y la llamo para que nos sirviera un café. “Chayo, Chayo”, pero la estúpida no contestaba. Entonces fui a buscarla a su cuarto; estaba revolcándose en la cama. Creí que me desmayaba al ver toda esa sangre. Llamé al doctor y mi mamá se llevó a los niños; no te llamé porque sé lo que te molesta que te llame a tu oficina.

  • Bueno, para este asunto debiste hacerlo. ¿Le avisaste a algún pariente?
  • Ya te he dicho que no es de aquí. ¿Qué más querías que hiciera? Tú siempre te desentiendes de los asuntos de la casa.

El llamado del doctor Vélez le dio a Javier la oportunidad de escabullirse. – Ya está todo arreglado; la atenderá el Doctor Ignacio Ramírez, en Urgencias. La llevamos ahora al coche.

En el auto, Javier le preguntó a Diana en voz baja - ¿No te habías dado cuenta?

  • ¿Y cómo querías que lo hiciera? No puedo estar cuidándola todo el santo día. Tengo mucho que hacer, las compras, los niños; ya lo sabes.
  • Me refiero a que si sabías con quién sale, si lo conoces.
  • No sé; una vez ví que llegaba un tipo por ella cuando le tocaba salida. Lo que sí sé es que la voy a poner de patitas en la calle; con lo que nos salió la mosquita muerta.

Javier condujo en silencio, y tomó el Anillo Periférico rumbo a Naucalpan.

  • ¿Qué no íbamos al Español?
  • ¿Sabes cuánto nos va a costar? La llevo al Seguro; así la registramos de una vez para todo el año.
  • ¡Hasta en esto quieres ahorrar!
  • Shht; aliviánate. Nadie lleva a una sirvienta a un hospital privado; para eso está el Seguro.

Ya en el hospital, la ingresaron en Urgencias. Mientras la examinaban, Javier empezó a llenar las formas de registro. – Oye, ¿cómo se apellida, y dónde nació?

  • Sánchez- contestó Diana. – No sé de dónde es.

Una hora después les informaron que tenían que operar a Rosario, pues tenía la matriz perforada. Allí la dejaron. El viaje de regreso a Tecamachalco transcurrió en silencio.

  • Ni siquiera lavó los trastes; la cocina está hecha un asco- fue lo último que dijo Diana al acostarse. Javier se dio la media vuelta sin desearle siquiera las buenas noches.



Le costó trabajo conciliar el sueño; estaba muy tenso. Trató de eliminar su molestia con Diana evocando a Rosario. Recordó la noche en la cual la vio por vez primera. Ella le abrió la puerta de entrada preguntándole qué deseaba. Se veía tan tierna, tan pulcra, con su delantal blanco y su cabello trenzado.

La escena le había parecido muy graciosa, y había creado una simpatía entre ambos. A Javier le agradaba su

tono suave, humilde, que molestaba, en cambio, a Diana.

  • Es muy lenta, muy mustia. Nunca me mira directo a la cara- había comentado su mujer tiempo atrás.

Ala mañana siguiente Javier se levantó muy cansado. Se preparó sólo el desayuno, y despertó a Diana antes de irse.

  • Convendría que te pasaras a la clínica a verla.
  • ¿Sí? ¿Y quién crees que va a arreglar la casa e ir por los niños?
  • Mira; tengo citas importantes, y no me desocupo hasta la noche. Háblale a tu mamá para que te ayude, o te preste su muchacha.
  • Se te hace muy fácil pedirle favores a mis padres. Suerte que nos ayudan con todo, hasta con el dinero que nunca nos alcanza porque tú no tienes los pantalo....

Javier salió intempestivamente sin escuchar el resto del discurso. Por la noche pasó a la clínica del Seguro antes de regresar a su casa.

No fue fácil recibir noticias precisas. – Está grave, en terapia intensiva. Llámenos mañana- le anunció finalmente con voz aburrida la encargada de la ventanilla de información.

Al llegar a casa, Diana lo esperaba con impaciencia. – Ricardito está enfermo con gripe, y Susana decidió quedarse también con mi mamá. Estuve allí toda la tarde, y ni tiempo tuve para ir al Súper. ¿Podríamos cenar afuera?

  • Estoy muy cansado, sin apetito; fui a la clínica, y Chayo está mal. Prefiero acostarme.

Ante la mueca de Diana, Javier se fue a su estudio. Contra su costumbre, se sirvió un par de copas de brandy, esperando un alivio milagroso. Finalmente se recostó en el sofá, y, por vez primera en once años, faltó a su cita en el lecho conyugal.

Al día siguiente llegó muy tempranos a la clínica. Esta vez sí tuvo noticias.

  • Lo sentimos, pero falleció en la madrugada. Hicimos lo posible, pero no conseguimos su tipo de sangre para una transfusión.

Las horas siguientes transcurrieron para Javier confusamente, mientras efectuaba los trámites requeridos. Ni siquiera se le ocurrió avisarle a Diana lo ocurrido, ni que lo acompañara al cementerio.

Mientras esperaba, bajo los sombríos cipreses, recordó aquella época en la cual Diana estuvo en Miami con los niños, y quedó en casa sólo con Rosario. ¿Porqué sería que la mesa le parecía mejor arreglada, la cena más sabrosa? ¿Fue acaso la ausencia de tensión, o la candidez de la sirvienta?

De esto hacía sólo 3 meses; 3 largos meses. Y ahora era el único que se hallaba en su despedida, que tal vez se acordaría de ella.

A llegar a cas, Diana lo esperaba de mal humor. Javier se adelantó-. – Se murió Chayo. Tuve que encargarme de todo; ni fui a la oficina.

  • ¡Tacaño! La hubieras llevado al español, como te lo sugirió el Doctor!

Igual podría haberle reclamado cualquier otra cosa. Pero Javier no le dio más oportunidades. Sin contenerse, descargó su rencor y su culpa con los golpes que había imaginado tantas veces, sin importarle esta vez las consecuencias.

Isaac Shnnadower

No hay comentarios: